23 septiembre 2020

Área Joven

 La riqueza del adentro.



Por  Agustina Sánchez.

Hace unos días, el 23 de septiembre, se recordó la institución del voto femenino en Argentina mediante la ley 13.010. Sin dudas es un hito histórico en la lucha feminista por hacer valer los derechos de las mujeres en la vida pública cuando históricamente han quedado circunscriptas en el ámbito privado. Es una más de las tantas batallas y conquistas sociales que caracterizan a estos movimientos. El afán por ser valoradas en el ámbito social, político, económico y eclesial; los esfuerzos por mostrar sin lugar a dudas que las mujeres también somos racionales, objetivas, capaces de proyectar y liderar; la validación de rasgos habitualmente relacionados con la mujer como la ternura, la compasión, la trasmisión y el cuidado de la vida como patrimonio de la humanidad entera y por tanto también propios del hombre; representan todo un cambio de paradigma.

Sin embargo, tienen un gran riesgo ante el cual vale la pena estar vigilantes; es la sobrevaloración de lo público. No porque lo público sea malo, ni porque no tengamos que participar en él sino porque cuando sobrevaloramos un espacio, hay otro que necesariamente se ve minusvalorado; y éste espacio es el de la casa.

¿Qué hay de riqueza en la casa y qué nos hace perder de vista su valor? 

Ahora más que nunca hemos descubierto que la casa es el lugar de lo complejo. Cuántas personas, hombres y mujeres, han estado como nunca tanto tiempo en su casa como para descubrir la dinámica de la complejidad de los ritmos, de la convivencia, de las tensiones, del consumo, del tiempo y de las rutinas. La casa es ese espacio donde el tiempo corre como en dos movimientos, uno lineal y otro circular. Lineal en los proyectos comenzados y terminados, en las decisiones tomadas, en los progresos y todo aquello que pareciera ir hacia adelante; circular en las rutinas diarias, el circuito de las comidas y la limpieza, la ropa que se lava y se guarda para volver a usarse, los chicos que se bañan para que vuelvan a jugar con la tierra. 

Y pareciera que lo único que trasciende es el tiempo lineal, el que va para adelante, el del progreso y que el otro se pierde o se consume en sí mismo; porque así hemos pensado y entendido al mundo por mucho tiempo hasta el punto de creer que es el único movimiento posible y válido. Sin embargo, es el circular el que sostiene y posibilita al primero; y es la intensidad y el amor con el que ese movimiento se ejecuta todos los días el que deja huellas, el que fortalece, el que genera espacios de comunidad en la propia casa y hacia afuera. 

En los evangelios, Jesús muchas veces se encuentra en la intimidad de una casa donde se da la sanación de algún enfermo o se realizan gestos proféticos. Recordemos cuando un grupo rompe el techo para bajar frente a Jesús a su amigo que estaba paralítico, cuando la mujer rompe los frascos de perfume en los pies de Jesús, cuando el mismo Jesús pone a un niñito en medio como el más importante. La casa en los evangelios es espacio de sanación y de buena noticia.

Es adentro de nuestras casas o en los espacios que quieren ser una para los que no la tienen, donde se cuida y cultiva la vida que afuera parece no ser productiva porque no lo es económicamente: la de la niñez y la vejez, a quienes Francisco llama los dos extremos de la vida, la vida golpeada o rota y la que está por nacer. 

No se trata entonces de quitarle valor a todos los derechos y espacios reconocidos socialmente, sino más bien, de no dejarnos en el camino aquello que conocemos muy bien, ese lugar tan importante en la constitución y la identidad de cada persona, el espacio de la intimidad, de lo pequeño, de la sanación y la buena noticia; la casa donde se saborea lo simple y complejo de la vida.

                                                       

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