La red que se sigue tejiendo
Las redes sociales… un mundo en el que inevitablemente estamos inmersos y a la vez un mundo tan inmenso que la mayoría de nosotros solo vemos una pizca de lo que conlleva.
Ya es conocido por todos nosotros el hecho de que hay toda una trama de intereses políticos, económicos y empresariales; que todos ellos tienen acceso a nuestros datos personales, a nuestros gustos y actividades. Muchos de nosotros hemos crecido con ellas y siempre nos reímos cada vez que aparece un meme diciendo: “Ustedes son muy jóvenes pero antes…” completando la frase con algo de nuestros comienzos en el mundo de las redes sociales. Todas ellas nos han presentado nuevas posibilidades y nuevos riesgos.
Los que rondamos los treinta, seguramente recordamos los primeros teléfonos celulares y eliminar los acentos para que no nos cobren dos mensajes, las idas al cyber calculando el horario para conectarte con las personas que esperabas, las publicaciones y firmas en el blogspot, las llamadas interminables cuando eras el número gratis de algún amigo… es el mundo tecnológico que cada día nos ofrece nuevos avances y atracciones, y una vez que entramos y vamos avanzando a su ritmo, poco nos detenemos a pensarlo.
Trabajando con jóvenes que desde niños han visto influenciado su desarrollo social con las redes se pueden notar sus oportunidades y desafíos. Sobre todas ellas, podemos poner como ejemplo una clave: la construcción de la autoestima y la propia imagen.
En las redes se expone una imagen propia y se devuelve una imagen según los demás. Las diversas plataformas son una oportunidad para compartir abiertamente la vida de cada uno, recuerdos, pensamientos, vivencias profundas de dolor o felicidad y hasta lo que nos despierta el sentido del humor. En este sentido, son una gran riqueza porque nos permite el encuentro con otros, se convierte en un espacio de expresión y todos nos emocionamos o sorprendemos cuando aparece un recuerdo de un día como hoy hace algunos años.
Pero también en ellas se devuelve una imagen de uno mismo y ahí es cuando tenemos el mayor desafío de acompañar a nuestros adolescentes y jóvenes. Tenemos que ayudarlos a ser conscientes de que ese orden no puede invertirse, que es una parte de nuestra identidad la que socializamos a través de ellas, y por eso debemos cuidar qué es lo que de hecho socializamos, pero también comprender que no es la devolución externa lo que determina quién soy.
Cuando uno con total apertura comparte en las redes una selfie o una frase con la cual se siente identificado, podemos pensar que la propia belleza o el valor de lo que se está manifestando queda circunscripto a la cantidad de “me gusta” o de comentarios que genere. Y esto es riesgoso en dos sentidos: por un lado, si la respuesta del exterior es escasa, ni hablar hiriente, corremos el gran peligro de creernos poco valiosos, poco queridos, solos. Pero en el otro sentido, si llueven los halagos podemos caer en la trampa de creer que los que somos, como somos y lo que pensamos abarca la totalidad de las opciones y nos perdemos de la sana confrontación con el que piensa distinto, con la imagen crítica que el otro me devuelve de mí mismo.
Este ejemplo entre muchos otros, muestra la ambigüedad de las redes. ¿Cuál es el gran desafío? Tener la libertad de tomar distancia cada tanto de la corriente que nos hace avanzar con ellas, que sin ser conscientes va generando en nosotros la respuesta deseada a cambio de algo que aprovechamos. El gran reto de poner siempre en el centro la dignidad de la persona humana, propia y de los demás; preguntarnos con sinceridad cuánto de ella se va poniendo en juego con cada nueva plataforma que se ofrece, aprovecharlas sin miedo desde la responsabilidad y custodiando el valor de quienes allí nos expresamos.

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