Homilía de Mons. Ñáñez
“En nuestra Argentina, padecemos otro virus tan o más grave, el virus de
la corrupción” (fuente: w.w.w.arzobispadocba.org.ar)
Fragmento de la Homilía de la Santa Misa Radial
19 de julio 20
Algunas
consideraciones a propósito de la explicación de Jesús de la parábola del trigo
y la cizaña y de algunas situaciones que nos tocan vivir en nuestra Patria.
En estos días en nuestro país sufrimos el flagelo
de la pandemia del coronavirus que pasa entre nosotros, dejando su huella de
sufrimiento y de muerte y varias consecuencias más.
Pedimos por el eterno descanso de los que han
fallecido y por la pronta y feliz recuperación de los que están enfermos.
Oramos también por las autoridades y por los agentes sanitarios que luchan con
esfuerzo para contener y superar efectivamente las consecuencias del virus.
Pero en nuestra Argentina, y desde hace ya muchos
años, padecemos otro virus tan o más grave, el virus de la corrupción.
La corrupción hace llamar bien al mal y mal al
bien, animando al que cede a ese vicio a obrar en consecuencia. El profeta
Isaías ya denunciaba este mismo mal en el antiguo Israel (cfr. Is 5, 20). ¡Por
tanto, no somos originales!
Nuestro drama como argentinos es que por momentos
pareciera que no hay disposición de luchar contra este virus de la corrupción.
Es como si nos afectara la ceguera o la sordera, de la que hablaba Jesús el
domingo pasado, citando también al profeta Isaías (cfr. Is 6, 9-10).
Para luchar efectivamente contra este virus, debe
haber una decidida y constante reacción personal: no transar con la mentira, no
pactar con el mal, no aceptar los “escándalos” de los que habla Jesús. No
aprobar lo que es incorrecto, ilegal, no festejar de ningún modo al que obra de
esa manera. Más bien, se trata de “ahogar el mal en abundancia de bien”, como
nos decía san Juan Pablo II, en su visita a Córdoba en abril de 1987.
Junto a la reacción personal, debe haber también
una decidida voluntad social de oponerse a la corrupción, reflejo de las
actitudes personales. Se debe reconocer la presencia de este mal y no permitir
que la conciencia, ante él, se adormezca, se anestesie, lo naturalice. No se debe
tolerarlo de ningún modo.
No se debe buscar “sacar ventajas” de la
corrupción, en sus diversas concreciones, en provecho propio. Al contrario, se
debe forjar entre todos un clima común que impulse y anime a vivir en la verdad
y a practicar el bien, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes e
importantes. “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que
es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho”, dice el Señor
Jesús (Lc 16, 10).
Los reclamos legítimos que puedan tener lugar, por
su parte, deben atender siempre al bien de toda la sociedad, al bien común, por
encima de todo interés sectorial o personal.
La responsabilidad social para superar la
corrupción debe manifestarse, especialmente, en el momento de discernir y emitir
el voto en las elecciones; un voto que debe ser enteramente libre y
responsable. No se debe apoyar con el sufragio al que no se compromete a luchar
contra la corrupción o transa con ella. A quien resulte elegido, se le debe
pedir cuenta, respetuosa y legítimamente, de ese compromiso.
El apóstol san Pablo nos enseña que el Espíritu
Santo nos ilumina y nos asiste en nuestra oración. Conscientes de esa ayuda,
pidamos a Dios nuestro Señor el fin de la pandemia que aflige a nuestra Patria
y a muchos pueblos en el mundo.
Pero pidamos, también, la fortaleza para superar el
virus de la corrupción que perjudica a los más débiles y pobres, que los usa,
que les da migajas sin importarle nada de su verdadero bienestar y dignidad,
que no los socorre, ni mucho menos los promueve de veras, sacándolos de la
pobreza, que es un verdadero escándalo en un país potencialmente rico, como el
que Dios nuestro Señor, en su Providencia, nos ha regalado a los argentinos.
Celebramos esta Eucaristía en esta comunidad
parroquial que honra a la Santísima Virgen María en sus títulos de Nuestra
Señora del Carmen y su Inmaculado Corazón. Ese corazón que, precisamente,
escuchaba la Palabra de Dios, la guardaba con cuidado y se empeñaba en
practicarla con perfección.
En la práctica fiel de la Palabra de Dios está la
verdadera libertad a la que aspiramos sinceramente y que debemos cuidar y
acrecentar entre todos.
A María Santísima nos encomendamos y le pedimos que
interceda especialmente por todos nosotros y por nuestra Patria. Que así sea.
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba+

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