15 octubre 2020

El diácono, signo del servicio de Jesús en la Iglesia y en el mundo

 


Por el Pbro. Eduardo Casas

 

El diaconado, sobre todo el diaconado permanente, es una vocación, un carisma, un sacramento y un ministerio que se vive plenamente en coexistencia con la familia, el trabajo y la profesión particular de un hombre que se consagra al servicio.

Son muy ricos los textos del Concilio Vaticano II donde se menciona explícitamente al diaconado[1] y cuyo verdadero interés  era la restauración del diaconado permanente, con un horizonte abierto a realizaciones plurales en la Iglesia contemporánea. Posteriormente, el diaconado ha sido objeto de tratamiento o de mención en otros documentos del Magisterio posconciliar.[2]
 
El Papa Francisco advierte que no  se puede ver a los diáconos como medio sacerdotes o medio  laicos, no siendo ni una cosa ni la otra.  Esta mirada debilita el  carisma  propio del diaconado.  Tampoco es buena  la imagen del diácono como una especie de intermediario entre los fieles y pastores. No está ni  a medio camino entre los sacerdotes y los laicos, ni a medio camino entre los pastores y los fieles. El diaconado tiene una identidad propia que no se define por carencia, por vinculación o por complementación en relación a los otros grados del sacramento del orden sagrado.
 
El diaconado es una vocación específica y una vocación familiar que llama al servicio. Una vocación que, al igual que todas las vocaciones eclesiales no es solamente individual sino que se vive hacia dentro de la familia y con la familia,  dentro del Pueblo de Dios y con el Pueblo de Dios ya que no hay vocación eclesial que no sea familiar.
 
En el libro de los Hechos de los Apóstoles los primeros cristianos se quejan a los Apóstoles de que sus viudas y sus huérfanos no son bien atendidos. Para resolver tal situación hacen una reunión, un “sínodo” entre los Apóstoles y los discípulos. Los Apóstoles instituyen así a los diáconos como servidores. El diácono es el custodio del servicio en la Iglesia: el servicio de la Palabra, el servicio del altar y el servicio a los pobres. A partir del servicio a Dios y el servicio a los hermanos.  El diaconado es el sacramento del servicio a Dios y a los hermanos y tienen mucho para dar en el discernimiento comunitario del clero.
 
Ellos deben vivir su ministerio pastoral sin clericalismo. Cuando participan de la liturgia no toman el lugar del Obispo o del presbítero. Tienen su propio lugar en la liturgia y en el ministerio de la Iglesia. Tampoco deben ceder al activismo, ni al funcionalismo que los considera una ayuda para cualquier cosa.[3]
 
La caridad pastoral del diaconado en la actualidad responde,  en particular, a estar al servicio de las nuevas pobrezas: la pobreza material, la pobreza espiritual y la pobreza cultural. Para esto no es suficiente anunciar la fe sólo con palabras sino acompañar el anuncio del Evangelio con el ejercicio de la caridad  y el testimonio que son esenciales al ministerio diaconal[4] junto algunas cualidades humanas (la acogida, la sobriedad, la paciencia, la afabilidad, la fiabilidad y la bondad de corazón, entre otras) que construyen el  perfil pastoral propio del diaconado.[5]
 
En nuestra Arquidiócesis el Pueblo de Dios respondiendo a la consulta del XI Sínodo sugirió: “visibilizar y valorar más la presencia del ministerio diaconal en nuestra Arquidiócesis permitiendo que ellos tengan un mayor protagonismo en las comunidades, en los Consejos Parroquiales, en las escuelas y en otros organismos y ámbitos eclesiales ayudando, con su servicio, a toda la pastoral. Es de desear que se incorporen más a las instancias de discernimiento y de planificación pastoral de la Arquidiócesis y que el proceso de formación que hacen con motivo de la preparación a su ministerio pueda estar gestionado y animado por ellos mismos, aunque haya sacerdotes y laicos que colaboren. Hay que incorporarlos a las reuniones habituales del clero y del Consejo Presbiteral, transformando éste en un Consejo del Clero (sacerdotes y diáconos juntos colaborando con el Obispo y sus Obispos auxiliares) para expresar la totalidad de la riqueza del ministerio ordenado desde la Iglesia-Comunión  respetando el carisma y el ministerio propio de los diáconos sin que queden relegados a un segundo plano como si tuvieran una vocación supletoria”.[6]
 
En nuestro país, la Conferencia Episcopal Argentina solicitó a la Santa Sede la autorización para la restauración del diaconado el 7 de julio de 1965 y se registra que los primeros diáconos fueron ordenados después del año 1970. El diaconado es una vocación, un carisma y un ministerio en sí mismo, con identidad teológica, pastoral y espiritual. No es un camino complementario, ni un “premio consuelo” para quienes, por diversas razones, no pueden formarse para sacerdotes. Tampoco es un privilegio para “ascender” eclesialmente o tener un protagonismo relevante en la comunidad. Es fundamentalmente un servicio con especial dedicación a los más pobres.
 
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sumario

    Editorial                     Séptima entrega   Herramienta para superar conflictos con los vecinos                    Mónica Corn...