Por Jorge Gerbaldo
En estos días tuve la oportunidad de ver el documental de Netflix “El dilema de las redes sociales”. Me resultó muy interesante para conocer las lógicas de las redes sociales con las que interactuamos permanentemente. Personalmente no sufro de una adicción tal que me obligue a estar pendiente de ellas todo el tiempo. Las utilizo como un hombre adulto que interactúa con viejos amigos reencontrados, con los amigos de siempre, expreso opiniones, comparto bromas y aprovecho saludos en fechas especiales.
Pero no por eso el documental me dejó
de preocupar. Veo a mis hijos inmersos en ellas sobre todo en estos tiempos de
encierro fruto de la pandemia Covid y me cuestiono. Pero también me cuestionó
el darme cuenta de que no todos los adultos miran a las redes del mismo modo. Y
tampoco lo hacen con los medios de comunicación masiva. Estas herramientas no
son inocentes ni imparciales. Es cierto que cada uno sigue el canal o la radio
que se exprese en el contexto de lo que uno piensa, pero hemos sacrificado el
espíritu crítico en el altar de nuestros odios políticos. Vemos cómo se agrede
a periodistas de un canal u otro cuando se sale a manifestar o expresar en un
sentido y otro del arco político. Y el periodismo y los medios no son inocentes
en estas reacciones, porque en lugar de informar, agitan duramente cada posición.
Nuestro país vive desde hace unos 10
años lo que se ha denominado “LA GRIETA”, que no es más que un nuevo nombre que
se le da a enfrentamientos políticos entre pensamientos que buscan hegemonizar
la sociedad y que como todo proyecto hegemonizante encuentra un otro que no
quiere ser absorbido por lo que cree es una posición dañina para el país. Esto
que ahora llamamos la grieta ha perdurado desde el nacimiento de nuestro país y
siempre hubo quien ganó con ella y quien perdió. Pero ese es otro tema que no
es mi intención discutir hoy aquí.
Quiero pensar sobre el daño que nos
hacemos al tomar posiciones políticas y sociales dejándonos influenciar por
medios de comunicación o por noticias falsas que pululan en las redes sociales
sin buscar si son reales o no. Estamos siendo llevados a enfrentamientos que
desgarran a la sociedad porque algunos poderosos con nombres y apellidos que
tienen como cómplices a difundidores de sus mentiras y que siempre ganan con
nuestras peleas.
El domingo 20 de septiembre leí algo que terminó de hacerme dar cuenta de que algunos están muy interesados en destruir más que en construir y que para ello no tienen ningún problema de mentir, titular engañosamente y atacar a quien fuere con tal de dañar a personas públicas sin fundamento. El diario La Nación, en su página web del domingo pone una nota titulada “El papa Francisco: "Quien busca pensar en el propio mérito, fracasa" (https://www.lanacion.com.ar/politica/el-papa-francisco-quien-busca-pensar-propio-nid2456001), y debajo de la clásica foto del Papa en la ventana del Palacio Apostólico en donde cada semana comparte el Ángelus, pone el siguiente epígrafe: Bergoglio se dirigió a los fieles durante el Ángelus; reflexionó sobre un concepto analizado recientemente por el Presidente y que causó revuelo en la Argentina. Así planteado y más aún si uno lee el contenido de la nota parece que el Papa hubiera citado al presidente Alberto Fernández.
Sé que esto es hacer periodismo de
periodistas, cosa que a los profesionales de la comunicación no les suele
gustar, pero como no soy periodista, sino solo un difusor de ideas propias, me
encuentro en la total libertad de hablar de ello. Por eso comienzo diciendo que
esta nota no es más que lo que puedo ver cuando tomo un diario, escucho una
radio o intento ver noticias en la televisión.
El artículo citado lo he elegido por
ser un resumen de ese periodismo del odio. En él nos intentan decir que el Papa
– a quien llaman Bergoglio, casi despectivamente, invisibilizando su liderazgo
mundial – a citado al presidente Fernández porque en la misma semana han
utilizado los dos el mismo término, “meritocracia”, cuando el Obispo de Roma
seguramente hablaría de ello porque surge naturalmente del evangelio del día,
como creo ha expresado el Mns. Fernández (el cura, no el presidente, no la
vicepresidenta). Pero cuando uno lee el texto del Papa, habla de la gracia como
fundamento de la salvación, diciendo que no es puro mérito, si no existe la gracia
de Dios.
El presidente Fernández habló de otra
meritocracia, la que se intenta imponer en el progreso social. Hace algunos
años nos dicen que, si te esforzás lograrás lo que querés alcanzar, cuando la
realidad nos dice que alguien con todas las posibilidades sociales, económicas,
culturales busca un destino, le resulta más fácil alcanzarlo que a aquel que no
tiene acceso a la educación, que está en pésimas condiciones sociales y que
sufre el escarnio de ser un excluido.
Pero todo esto no es un error de los
que titulan las notas, ni de aquellos que las escriben. Es una sistemática
horadación de liderazgos. A algunos poderosos en el mundo les cae muy mal el
discurso crítico, la denuncia profética, la exigencia respetar al mundo como
nuestra casa y nuestro hogar y a quienes en ella habitamos. Por eso se intenta
meter al Papa en la discusión política local, como si fuera lo único que tiene
en qué pensar. Aquí y en todo occidente, Francisco es atacado por denunciar la
crueldad del capitalismo devastador y más lo va a ser cuando a principios de
octubre presente su nueva encíclica sobre la fraternidad humana desde Asís,
porque no se callará lo que piensa, como no se ha callado hasta ahora.
Era Bergoglio un curita simpático que
como obispo tomaba el colectivo todos los sábados para ir a alguna villa de
Buenos Aires a acompañar a la gente y sus curas que trabajaban allí. Con ellos
compartía lo espiritual y lo material. Hoy es molesto para el poder económico
porque sigue pensando lo mismo, nada más que su micrófono se escucha en todo el
mundo, entonces se convirtió en peligroso. Creo que no podemos dejarnos llevar
por los señores del odio, debemos objetivarnos y mirar la realidad con los ojos
de nuestro espíritu para darnos cuenta de que el sufrimiento de nadie es admisible
y que debemos trabajar para que nadie sufra. Cuando alcancemos eso, estaremos
en paz, con nosotros, con nuestros hermanos y con Dios.

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