15 octubre 2020

Fratelli (e sorelle) tutti

 


Por Daniel H. Cabrera. Universidad de Zaragoza
 
El Papa tomó su nombre de Francisco de Asís como guía e inspiración en el momento de su elección como Obispo de Roma. Su segunda encíclica en solitario vuelve a confirmar que era todo un programa de gobierno. Otra vez comienza en italiano medieval y no en latín. Otra vez, citando a San Francisco en su llamado a la fraternidad universal y al cuidado de la naturaleza. Y todo ello, porque como el santo busca movilizar una renovación cristiana de la Iglesia Católica que inspire a la sociedad. El de Asís escuchó como Dios le decía “Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina”. Puede que el Papa haya escuchado algo parecido porque las reformas emprendidas en estos 8 años, insuficientes para muchos, se han ganado una oposición muy activa y nunca vista de un importante grupo del clero, los obispos y los laicos más comprometidos del mundo.
Francisco ha devuelto el género encíclica a su origen: una carta enviada por un obispo a todos sus fieles. Aunque no es un texto “interno”, está dirigido a todos: creyentes de todas las religiones, militantes preocupados por las diferentes causas sociales, ciudadanos y ciudadanas todas, dirigentes  políticos, en definitiva a todo ser humano preocupado porque, como comenta citando a Virgilio, “es la realidad misma que gime y se rebela” (#34).
Escrito en lenguaje directo, con un mensaje positivo y sugerencias concretas que busca contestar a la inquietud acerca de qué rumbo tomaremos después de la crisis. La respuesta: cuidado de la naturaleza y fraternidad humana. Laudato Si’ en 2015 respondía a lo primero, ahora Fratelli tutti busca animar a la fraternidad universal y la amistad social. Ambas se complementan como núcleos centrales de la propuesta social del Papa ante la crisis mundial.
Comienza recordando su encuentro con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb en Abu Dabi en febrero del año pasado y cuyo Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común inspira muchas de las ideas de la encíclica. El Papa reconoce, además, que en la redacción del documento acoge numerosas cartas de personas y grupos del mundo. Y, si se revisan las citas textuales, no solo se encontrarán referencias a los papas predecesores, sino también gran variedad de textos de conferencias de obispos del mundo y de diversos intelectuales. Vista de esta manera, la encíclica se presenta como fruto de un amplio proceso de diálogo y no sólo como una exposición doctrinal de la autoridad para sus fieles. En concreto, no resume la doctrina sobre el amor fraterno sino que se enfoca en su dimensión universal de la fraternidad, en su apertura a todos.
La carta constata que “la historia esta dando muestras de volviendo atrás” (#11) porque la economía neoliberal impone un modelo cultural que unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones. Cada vez más hiperconectados “pero no más hermanos”. La política se exacerba y se polariza. El cuidado del planeta choca con la necesidad del rédito rápido. Algunas partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de un grupo que puede vivir sin límite: “vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así” (#19).
Ni el mercado, ni la panacea digital da solución al problema: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (#168)  y “la conexión digital… no alcanza para unir a la humanidad” (43).
Estas constataciones negativas enfocadas desde la perspectiva de la fraternidad le lleva a afirmar que “mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal” (#110). Y propone algunas medidas concretas, como por ejemplo, frente a la migración (#130), a la función de la Organización de las Naciones Unidas (#173) o, en contra de la guerra y la pena de muerte (#255).
Desde el punto de vista de la Doctrina Social de la Iglesia no hay que buscar novedades, sino la valentía de su concreción para fomentar el diálogo urgente y necesario. Desde la perspectiva doctrinal hay, creo, una interesante novedad. Se refiera a la imposibilidad de respaldar una guerra como “justa”:  “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!” (#258) Y en la nota de pie de pagina afirma que San Agustín “forjó una idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos”.
En una época de desconcierto e incertidumbre, de fake news, de líderes que falsean los hechos, de descrédito de la política, las palabras de Francisco invitan al diálogo constructivo entre iguales (dirigentes y dirigidos, ricos y pobres, religiosos y ateos, intelectuales y legos) en la búsqueda de caminos no explorados, de vías nuevas de convivencia fraternal y de paz social para construir algo anormal: una sociedad de prójimos en armonía con la naturaleza.

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