Por George Ekeken
En estos días, más exactamente el 30
de septiembre, el Indec difundió los resultados de la última encuesta
permanente de hogares, que, entre otras cosas, mide los niveles de pobreza en
la Argentina. Relevando información en 31 centros urbanos de nuestro país,
analiza a partir de parámetros exclusivamente económicos de ingresos quienes se
encuentran por encima o por debajo de lo que denominan “línea de pobreza” y
dentro de este conjunto la “línea de indigencia”. Claro que como todo dato
estadístico quien gana $1 por encima de esa línea limítrofe esta fuera del
porcentaje de pobres o indigentes, pero no quiere decir que no lo sea. Así son
los números, que le vamos a hacer. Esta información puede verse muy bien
explicada siguiendo este link:
https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/eph_pobreza_01_200703093514.pdf
Terribles números que alcanzan casi
el 41% de la población en la pobreza o el 10.5% en la indigencia y el más
terrible de los datos es que el 56.3% de los niños son pobres. Algunos dirán
que no podemos estar en esta situación en un país que tiene capacidad de crear
bienestar para todos por su extensión, por la calidad de su clima, por el
desarrollo educativo que supimos conseguir, por la variedad de producción que
podemos desarrollar, en consecuencia, por ser un gran país. Pero sí podemos y
los datos lo confirman. Podemos porque somos un país subdesarrollado por
designio de un norte global que decidió, sin tener nada más que poder militar y
económico, transformarnos en su fuente de materias primas sin las cuales no
podría subsistir. Podemos vivir esta desgracia porque vivimos en una cultura de
la riqueza y el capital que cree en principios inauditos de desarrollo
ilimitado, aunque sea en detrimento del ecosistema en que vivimos, cree en que
no se entiende el progreso sin ganancias extraordinarias infinitas, aunque esto
conlleve sufrimiento para algunos y opulencia para otros. Y esos otros estamos
en esta parte del mundo.
La realidad de la pobreza golpea
nuestro país y nuestro continente. Salvo bolsones de riquezas, como pueden ser
algunas urbes en donde habitan los dueños del poder económico, socios de los
grandes dueños mundiales del capital, América Latina está sumida en la pobreza
como lo está Argentina. No lo vemos en televisión, porque ella no llega más que
a los espacios de marginalidad de las ciudades principales, pero en nuestro
país existen regiones completas que sufren la exclusión y la pobreza. Esa
pobreza estructural y sin futuro que ofende a Dios como un pecado colectivo
contra sus hijos. Como decía San Romero, es una civilización inhumana que
buscando sólo la riqueza destruye a los hombres que sufren su opresión. No hace
falta ser economistas, ni son sus soluciones las que harán posible una sociedad
en justicia. Debemos saber mirar la realidad para darnos cuenta de que la
injusticia tiene autores, con nombre y apellido, que los gobiernos bañados de
corrupción distraen recursos necesarios para calmar el hambre de la gente para
sus propios beneficios o el de sus amigos que aumentan sus ganancias, siempre
en búsqueda de que sean ilimitadas. Los megamillonarios que dominan las finanzas
mundiales promoviendo guerras en las que se intenta controlar los recursos de
países que no son los suyos, porque aprendieron que las guerras ya no deben
hacerse en sus países, sino en los países pobres. Los promotores de un
extractivismo salvaje que lastima nuestro mundo, sea por la minería, el
fracking en el petróleo o la siembra destructiva de granos transgénicos.
Parece que no tenemos salida a este
cuadro de dolor. Y digo de dolor, porque no puede usarse otra palabra cuando
nos enfrentamos a tantos seres humanos en las condiciones en que se encuentran.
Dios le dijo a Caín en dónde está tu hermano? y él le respondió, acaso soy su
guardián (Gn 4,9). La respuesta obvia que surge a esta pregunta es: SÍ,
SOS SU GUARDIAN, cada uno debemos cuidarnos entre nosotros, porque
somos COMUNIDAD y como una comunidad esa es nuestra
responsabilidad, o por lo menos es lo que debería ser nuestro objetivo: la
conformación de una comunidad que englobe a todos los hombres y mujeres, que no
tenga a nadie excluido, que no tenga “descartables”.
Pero cómo construimos comunidad en
la civilización de la riqueza y las ganancias? Parece imposible, pero no lo es.
Al sistema de opresión estructural debemos oponerle la construcción de una
nueva alternativa, la CIVILIZACIÓN DE LA POBREZA Y EL TRABAJO,
como lo planteara el filósofo y teólogo hispano-salvadoreño Ignacio Ellacuría.
Una organización comunitaria mundial que tenga como fundamento a los pobres y
trabajadores, que sea solidaria, que sea humanizadora, que busque la plenitud
del hombre y que se relacione con el medio ambiente de modo armónico, sin agresiones.
Que no acepte el patriarcado opresor e invisibilizador de las mujeres a quienes
ataca por su género, que no reciben paga, aunque sean generadoras de riqueza,
porque nos hicieron creer que las tareas que realiza son propias de sí. Que
respete las culturas ancestrales y aprenda de ellas el modo de construir
hermandad y respeto a la Madre Tierra, proveedora de sus frutos para que todos
subsistamos. Por fin, trabajar para una civilización del Amor, donde sí me
importe dónde esté mi hermano y cómo esté, porque ese hermano es quien me
ayudará a ser mejor ser humano.
Dijo San Romero en su discurso al
recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Lovaina: “Los antiguos
cristianos decían: "Gloria Dei, vivens homno", (la gloria de Dios es
el hombre que vive). Nosotros podríamos concretar esto diciendo: "Gloria
Dei, vivens pauper". (La gloria de Dios es el pobre que vive.) Creemos que
desde la transcendencia del Evangelio podemos juzgar en qué consiste en verdad
la vida de los pobres; y creemos también que poniéndonos del lado del pobre e
intentando darle vida sabremos en qué consiste la eterna verdad del Evangelio.”

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