EL PADRE DE LA POPULORUM PROGRESSIO
Por Eduardo Gobbi
Louis Joseph Lebret (1897-1966) nació en una familia de tradición naval por lo que sus primeros estudios fueron realizados en la escuela de esa disciplina. En la Escuela Naval, se graduó como oficial de la Marina. Participó en la Primera Guerra Mundial, en las escuadras del Líbano. Se retiró de la marina en 1923 para hacerse sacerdote dominico. Fue ordenado como tal en 1928.
El Padre Lebret, dominico francés, debe ser considerado un pionero del movimiento teórico del desarrollo económico que surgió tras la segunda guerra mundial. Su visión humanista de la economía sigue teniendo plena actualidad.
Inicialmente capellán de pescadores y promotor de una economía cooperativa al servicio de un mejor destino para el mundo de los marinos, se convenció de la necesidad de articular las medidas económicas, sociales y culturales en un todo acercándose paulatinamente a una concepción integral del desarrollo, que surgió de las vivencias realizadas al compartir de manera directa las necesidades de los hombres y sus comunidades y de participar activamente en las tareas organizativas generadas para llevar adelante los proyectos.
En 1941, fundó el movimiento "Economía y Humanismo" donde, en compañía de Francois Perroux, construyeron e ilustraron la problemática y la práctica de la Economía Humana, preocupada fundamentalmente en generar un nuevo acercamiento de los estudiosos sociales a la realidad, abriéndose a una visión global de la dinámica de las sociedades y las culturas.
En 1953, se integró a un grupo de alto nivel dentro de la Organización de las Naciones Unidas para establecer los "Niveles de Desarrollo en el Mundo". En compañía de Josué de Castro, Director de la FAO, trabajó por establecer una acción internacional para luchar contra las desigualdades y promover un nueva Etica del Desarrollo. Su libro "Suicidio o Supervivencia de Occidente" es un grito de alerta y el preludio del "Manifiesto para una Civilización Solidara" de 1959.
Llamado por los gobiernos del Brasil, Colombia, Venezuela, Vietnam, Senegal y el Líbano, desempeñó el papel de "Consejero en temas del Desarrollo", tanto en el plano de las formulaciones conceptuales como de la práctica concreta, logrando elaborar un amplio rango de herramientas innovadoras para la investigación y la puesta en marcha de un "desarrollo integral y armonioso". Toma cuerpo así la visión fundacional de la Economía Humana al pretender "el desarrollo de todo el Hombre y de todos los Hombres", que se aplica particularmente en el IRFED que crea en 1958, para sostener sus acciones en el eje Norte-Sur.
Al mismo tiempo jugó un papel de primer orden en la apertura de posiciones de la Iglesia Católica hacia los problemas del Desarrollo Internacional, tanto con ocasión del Concilio Vaticano II, donde fue uno de los redactores de “Gaudium et Spes”. También en la preparación de la Populorum Progressio de la que fue uno de los principales artesanos. Muchos lo consideran inspirador y “padre” de esa encíclica de Pablo VI, revolucionaria en su tiempo.
El Padre Lebret inscribió su acción espiritual dentro de una gran sensibilidad ecuménica: fue más allá del mundo del Cristianismo para trabajar junto a compañeros del universo musulmán, la espiritualidad asiática y los valores negro-africanos.
La contribución de Louis-Joseph Lebret a una doctrina de humanismo económico, (como afirma André Lalanne en su traducción del artículo de Hugues Puel para la revista Lebret, 2016) consta de tres componentes:
• Una definición de las necesidades básicas desarrolladas durante el período de escasez debido a la ocupación Nazi del territorio francés, durante la II Guerra Mundial y redefinido luego del período de fuerte crecimiento posterior.
• Una concepción de desarrollo equilibrada, integral y armonizada que toma en cuenta el ritmo de crecimiento de las distintas partes del país y de otros países.
• Una visión de un humanismo vivo, poco teorizado, pero inspirado por una fuerte espiritualidad comprometida.
Estos tres componentes de la doctrina de Lebret están estrechamente relacionados entre sí. Lebret, en efecto, desarrolla una economía de las necesidades básicas. El hombre es carne y espíritu. Conserva su grandeza de ánimo; la carne, es la debilidad y la falta, pero tiene su valor. Las necesidades aparecen como una exigencia de la naturaleza humana. Las necesidades son deficiencias que impiden la realización de la persona humana. Para definir las necesidades, el hombre, por lo tanto, debe considerarse como espíritu y carne, afirmando la primacía de lo espiritual, sin negar el peso de las cargas, las faltas y los límites. Esta visión antropológica permite entender la idea de Lebret sobre las necesidades y su jerarquía. Solo una jerarquía racional de necesidades permite discernir cuáles son fundamentales, así como la naturaleza de los bienes necesarios para su satisfacción.
En 1943, un artículo importante de Lebret y Gatheron (1943) especifica tres categorías de necesidades sobre las que es posible construir su jerarquía. Para ello, es importante ubicarse decididamente en el terreno de los bienes.
Esto permite distinguir:
- Las necesidades primarias: los bienes correspondientes a estas necesidades son esenciales, sin ellos yo muero o me disminuyo. Incluye alimentos, ropa, vivienda, pero también consuelo moral, la capacidad de procrear y educar a los niños, la paz y la confianza entre las personas, la posibilidad de practicar su religión.
-Las necesidades secundarias: los bienes correspondientes a estas necesidades no son esenciales; puedo prescindir de ellos, pero facilitan la vida, porque son útiles. El hombre está hecho para lo mejor y fijar su deseo de posesión de bienes primarios sería mutilarlo. Los bienes secundarios son aquellos bienes no esenciales, pero útiles, que pueden ser producidos en cantidad, la materia prima es común, y el trabajo humano de calidad ordinaria es suficiente. Sirven para mejorar la vida humana y a una mejor coordinación de la materia y el espíritu.
- Las necesidades terciarias son de bienes no esenciales, pero útiles, que no pueden ser producidos en cantidades ilimitadas. Por su naturaleza, son raros o excepcionales: un ejemplo son las obras de arte.
En resumen, por falta de bienes primarios, muero o me disminuyo; al perder bienes secundarios pierdo facilidades; por la pérdida de bienes terciarios yo estoy privado de ciertos encantos de la vida, o mejor dicho de su coronación más sana, de la sensación de la conquista progresiva de los bienes del espíritu. Las sociedades equilibradas tienen la suficiencia y la seguridad para todos de los bienes primarios, las sociedades prósperas abundancia de bienes secundarios, las sociedades cultivadas tienen la creación y disfrute de los bienes terciarios; equilibrio, prosperidad, cultura, caracterizando una civilización de progreso. El error colosal de la economía moderna fue no distinguir, no jerarquizar las necesidades de los hombres; era necesaria para los bienes primarios una economía de seguridad; para los otros, una economía de riesgo es aceptable, incluso deseable. Pero al hacer de la inseguridad la ley para toda la producción y la distribución, tratando de lograr un balance no comunitario de los bienes primarios, haciendo caso omiso de las condiciones de normales de cultivo, sacrificando los bienes primarios y terciarios a expensas de los bienes secundarios, el capitalismo liberal olvida el orden normal de las cosas(Lebret, 1943).
En el Manifiesto de Economía y Humanismo de 1942 que lanza un programa de trabajo de una ambición de magnitud excepcional, Lebret escribió: no queremos más una economía de escasez sistemáticamente creada o mantenida que una economía de abundancia desordenada. La economía sin escasez es una utopía: los deseos humanos permanecerán siempre multiplicados y los bienes siempre aparecerán como limitados. Pero queremos con todas nuestras fuerzas una economía de orden humano, donde una masa de productos tan amplia como sea posible se distribuya según la urgencia de las necesidades de todo orden y no según la jerarquía de la capacidad de pago (Lebret, 1942). Este análisis lo realizó durante la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de una economía de escasez, donde una parte de la población francesa no estaba satisfaciendo su hambre. Pero su análisis no es circunstancial porque volvió unos años más tarde, con la introducción de algunos elementos que tratan de relativizar una distinción que puede ser demasiado rígida en una economía dinámica. Es pues, una radiografía de la actual economía mundial.
Recordemos que estuvo muy cerca del diálogo entre marxistas y cristianos en Francia, y por eso muchos lo ubican como un precursor de la Teología de la Liberación.
“Retomando su decisiva contribución a la redacción de la encíclica Populorum Progressio –dice Eloy Mealla en su artículo de la revista Criterio nro.2425- hay que destacar que con ella se abre un ciclo temático sobre el desarrollo en el magisterio social de la Iglesia cuya última actualización la encontramos en la encíclica Laudato si del papa Francisco.
En efecto, Juan Pablo II, en la Sollicitudo Rei Socialis, al conmemorar en 1987 los veinte años de la Populorum Progressio, afirma el ensanchamiento del abismo y aceleración de las diferencias Norte-Sur, y ya no sólo la contraposición Este-Oeste. A su vez, Benedicto XVI publicó Caritas in Veritate (2009), a poco más de cuarenta años de Populorum Progressio, volviendo a hacer un nuevo balance de la concepción del desarrollo, pero ya sumidos en plena vigencia del proceso de globalización y en un mundo policéntrico. En ese cauce cincuentenario hay que ubicar la Laudato Si de Francisco, que puede ser entendida como el discernimiento cristiano ante el “desarrollo sustentable” y la cuestión ecológica.
Llama la atención que en su carta Francisco menciona y rescata autores de gran peso teológico como Romano Guardini (1885-1968), también perteneciente a la pléyade de excelentes teólogos que preparó y contribuyó a la realización del Concilio, pero no lo haga con Lebret, que específicamente, también en forma pionera –interrogándose sobre “el suicidio de Occidente” – alertaba sobre los límites del crecimiento economicista que nos conduciría a una situación ecológica y social insostenible como la que hoy estamos constatando”.
Sea como fuere, publicada en 1967 por Pablo VI, está en la historia moderna de la Iglesia el sello del P. Louis Joseph Lebret en la Populorum Progressio, de cuyo texto extraemos un concepto que será título de la nota que sigue.

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