Cantan
suplicantes. Escucha atento, el odio y el coraje toman forma: paisaje. Cantan
por el débil, por el que no ve. Cantan. Gritan. Ya no saben qué hacer. Mira su
frustración, la guerra de mil años. Siguen sin comprender por qué esto no ha
acabado.
Tengo cinco años, juego con un carrito en la
cocina. Dos mujeres preparan la cena, dos hombres fuman a lo lejos. El humo
inunda mi nariz, retarda mi madurez. Sólo tengo cinco años, casi seis. Míralas,
hablan con murmullos. Estamos en un cementerio, aquí se habla como los muertos.
Ellas no paran de cocinar, ellos se ríen de verdad. Creen que no los escucho,
pero los puedo descifrar: dicen que esa vieja estaba bien buena, ellas que él a
veces tarda para casa regresar. Sigo con mi juego. Los carros se manejan por hombres,
los hombres son los que trabajan. Sólo tengo cinco años: ¡Vieja! ¡Vieja! ¿La
comida pa cuándo? Ellas apresuran los platos, todos sentados comemos. Platos de
talavera, cucharas contra cerámica. Jugo de piña hecho a mano. Platillo típico
mexicano.
Cantan suplicantes. Escucha atento, la
impotencia y la amargura llenan su pecho: las asfixia. Cantan por la que se
casó joven, por la que su papá la vendió. Dicen que eso pasaba hace años, que
son otros tiempos. En los ranchos, en comunidades: allá no tienen relojes ni han
llegado los años. Mira como lloran, en su luna de miel. El cabrón tiene 25
años, ella apenas 16.
Tengo: una manita extendida y el índice de
edad. Mi mamá cuenta llorando cómo las abandonó su papá. Ella era muy chiquita,
sus hermanos aún más. Mi abuela entró en crisis. Hasta la llevaron a internar. Mi
mamá ya no fue niña de sus hermanos se tuvo que encargar. Sólo tenía nueve
años, sólo quería jugar. Ahora la comidita se volvió de verdad. Platos de
pobres, mesa jodida. Tres harapientos sin madre ni costilla. El cabrón se hacía
el pendejo. Ignacio, se llama. De él nunca vieron un peso ¡Qué avara cucaracha!
Mas esas abundan en mi país y en el mundo. Como perros, como gatos, como
animales insensatos. Nomás cogen, tragan y se marchan: luego un huerco sin
padre ahí vemos caminando.
Cantan suplicantes. Escucha atento, el
desgarro y la ignorancia les ha fundido el cerebro. Ya no cantan las mismas,
ahora suena la otra voz. Las que fueron educadas por los perros del alcohol.
Les dicen machistas, como si ofensa eso fuera. No se confunda señorita
“argüendera”, que, por cierto, deberías estar
estudiando/trabajando/barriendo/más gerundios denigrados. Ellas viven en la
ignorancia Es deprimente pero certero, como dardo de cantina. Ellas no fueron
educadas, fueron programadas. Algunas por cuenta propia, otras por su patria.
Tengo siete años. La campana sonó hace diez
minutos. Corren niños tras de niñas. Los maestros nos vigilan. Un chamaco muy
maldoso, la falda a una le levanta: ¡Son rosas!, gritó uno. La pequeña ha sido
expuesta. Ella va llorando al baño, la maestra los reprende —No le levanten la
falda a las niñas— se acerca un maestro poco después— déjelos, maestra, qué no
ve que están jugando. Sólo es un juego tontillo: ya sabe cómo son estos chiquillos—.
El baño solloza, el recreo se ríe, la sala de maestros discute otros asuntos de
interés.
Cantan enojadas. Se levantan en revuelta,
observa, hermano, de manera detenida. Están molestas, parecen arpías. Violentan
las calles donde son acosadas. Avientan gas pimienta como si no hubiese un
mañana. Se tapan las caras para no ser identificadas. ¿Te acuerdas de Medusa?
¿La forma en la que reaccionaba? Era la mala de la historia, empero, su poder,
no fue elección consensuada. Fue admonición. Fue impuesto. Ella sólo
reaccionaba ¿qué hay otras formas? ¿cuáles? ¡Te advertí! Ya están enojadas.
Tengo ocho años. La hermana de mi padre acaba
de ser abandonada. Al igual que mi abuelita. Al igual que a su cuñada. Un
Ignacio había en su casa, una maldita cucaracha. Mi padre jura que protegerá la
integridad de su familia, mas no hace nada con la plaga. Mis primitos no tienen
padre, de grandes tampoco madre. El error es de mi tía. Repite el patrón de su
familia. Como otras muchas mujeres, como otras muchas ellas. No conocen otras
formas, no saben de otras maneras. Dicen que es ignorancia, pero es mentira, lo
sabemos bien. Con las nuevas tecnologías: cualquier cosa se puede saber.
Cantan enojadas. Se levantan para la
revolución ¿En 1910 le llamaban vandalización? ¿También se burlaban de aquellos
que el cambio querían hacer? Me refiero a los que lideró un joto, que dicen que
es macho ¿Sí saben quién es? ¿También quemarás mi texto? ¿Me crucificarás por
puto y bonito? ¿Desde cuándo gritar: pinche putito, se considera argumento?
Ladran perros, muerden campesinos. Les ofende más un simple cuadrito, que ver a
como bebecitas dan a luz a bebecitos.
Tengo nueve años. Jugamos a las escondidas.
Un primo se esconde en el mismo lugar que mi prima. Él la abraza por la
espalda. Pone la mano en sus partes. Se frota con ánimo y ventaja: ella no
entiende lo que pasa. Estamos jugando, explica mi primo. Se ve agitado, me
siento frustrado: qué estamos jugando, qué haces con ella ¿No ves que no
entiende? De pronto él se detiene. Mi prima sale
asustada. El impacto me aterra, sé que hay algo mal. Él me amenaza: sí le dices
a alguien te voy a pegar. Entiendo con eso, que sabe que está mal, que en
realidad no es juego, que le dicen violentar. Le digo a mi tía, afirma que no
es verdad.
Cantan enojadas. Desde México hasta
Francia, desde Oaxaca hasta Chihuahua. Desde las ciudades y las nadas. Reclaman
lo mismo, son ustedes los que no entienden. Que sólo quieren respeto, que piden
que ya pare. Que ya no las violenten. Que ya no las maten. Que por un segundo
de su vida dejen de tratarlas como carne. Ayuda, piden ayuda: no están seguras.
Algo malo pasa con nosotros.
Tengo diez años. Las noticias hacen
un escándalo, mamá no me deja verlas en la sala; pero las veo desde la computadora
de mi cuarto. Que allá en Ciudad Juárez, muy cerca de la frontera, cientos de
cadáveres estaban regados como basura. Los encontraron unos niños ¿Qué su mamá
no les cuida al jugar? Que todos los cuerpos están desnudos, que todos han
sufrido abuso. Que algunos murieron de dolor, que otros de agonía. Que unos
cuerpos rondan entre los 14 años, que otros de edades ya están avanzados. Que
todos los cadáveres son mujeres, que tal vez a las vivas las tienen encerradas.
Que no todos son de México, que no todos son de aquel lado. Trata de blancas,
dicen algunos. Que está lejos de acabar, afirman otros. Las muertas de Juárez,
olvidaron todos.
Cantan desesperadas. Arrojan
brillantina. Destrozan edificios, apedrean a la policía. Las noticias dicen
“Actitudes vandálicas” redes sociales gritan “protestantes”. El problema aquí
es ya muy grande. Es muy violento y no por ellas. Pero no es reciente, es de
mucho antes. De más de dos siglos. ¿Recuerdas las brujas quemadas en la hoguera?
¿Recuerdas las locas del manicomio? ¿Recuerdas las mujeres que amaban a otras?
¿Lo has olvidado? ¿A las que violaron en la guerra? ¿Las has olvidado? ¿Las que
fueron robadas? ¿Las has olvidado? ¿Las ancianas que en las cruzadas fueron
esclavizadas? ¿Las has olvidado? ¿A La Dalia? ¿Las has olvidado? ¿Los crímenes
de Bundy? ¿Las has olvidado? ¿Las ya mencionadas? ¿Las has olvidado? ¿Las que
nombraron ayer por la radio? ¿Las has olvidado? ¿Las que ha violado la iglesia?
¿Las has olvidado? ¿Las de la alerta AMBER? ¿Las has olvidado? ¿Las que
secuestraban por redes sociales? ¿Las has olvidado? ¿Las que han sido
asesinadas por su esposo? ¿Las has olvidado? ¿Las que fueron a la escuela y
nunca llegaron? ¿Las has olvidado? ¿Las que su padre las violó? ¿En verdad las
has olvidado?
Tengo once años. La colonia está
consternada. Hay un auto estacionado a un costado de la secundaria. Nadie
reconoce de quién es. Nadie sabe desde cuándo está ahí. Aún no ha habido
suficiente violencia para poner cámaras. El auto despide un mal olor. Llaman a
la policía: ¡Horror! ¡Tragedia! ¡Desgracia! El cuerpo de una joven, no más de
36 años, encontrado mutilado, violado y destrozado en la cajuela del carro. Mi
madre conoce a la madre de la niña. La cual llora desconsolada con cada rumor
de la colonia: que fue primero violada, que la estaban asfixiando. Que mientras
eso ocurría otro con cigarros la estaba quemando. Que, si eso no fuera poco, la
habían secuestrado: al parecer alguien quería lastimar a otro y no además no se
llevaron el carro. Que fue un monstruo. No un hombre. ¿O sea, que sí existen?
Cantan desconsoladas: Mil vírgenes
Marías. Que Ruegan por nosotros, que tenga piedad de nosotros. Que bajo su
amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. Que vuelvan sus hijas, que les puedan
dar sepulcro, que les devuelvan la inocencia, que pare la masacre. Que no
desprecie las oraciones que le hacen ante sus necesidades. Que les libre de
todos los peligros ¡oh! Virgen, Gloriosa y Bendita. Le ruegan llorando por
nosotros y por ellas, por todos los que estamos indefensos. Y repiten a modo de
consolación, con una resignación en el pecho: Que ruegue para que sean dignos
de alcanzar la divina gracia y promesa de su señor, Jesús Cristo. El que les
dijo que Amen. Ya que prefieren creer que es mejor esperar a otra vida, que
hacer un cambio en esta.
Tengo doce años. Soy del turno
vespertino. Es octubre. Desde que llegó el nuevo horario anochece más temprano.
Es jueves, última hora. El reloj marca las ocho. Salgo por la puerta a la par
que mi compañera Magdalena. Caminamos juntos un tramo. Después yo doblo por un
callejón oscuro y ella camina bajo el alumbrado público para llegar a su casa.
Tengo mis auriculares puestos, presto atención a mi teléfono. Ella está atenta,
camina apresurada. Para ver el suelo uso la lámpara de mi celular.
Aparentemente por donde ella transita todo está bien alumbrado. Llego a mi casa
sin ningún inconveniente. Ella es encontrada por la policía en la periferia de
la ciudad, su vagina está sangrando, se encuentra en shock. A la mañana
siguiente se rumora que Magdalena fue raptada por cuatro hombres que la
violaron abruptamente. Su vida está en riesgo, internada en el hospital Santa
Rita. La solución que encontró todo el mundo es cambiarla de turno: ¿y las
otras? seguirán en el vespertino hasta que se vuelvan Magdalena.
Cantan desconsoladas. Se pintan el
cabello. Usan un pañuelo verde. Han tomado la iniciativa de separarnos. Dicen
que está todo mal: que son ellas contra ellos. Entre ellos estamos nosotros y
en el nosotros están ustedes. Los que ignoran, los que se quejan. Los que
cambian el mundo sólo con mirar. Ya son otras. Las han clasificado. Se burlan
de ellas, las han timado. Las hacen de paja y queman en hogueras, en las llamas
de arrogancia, egoísmo e ignorancia. Sin embargo, ellas luchan por el cambio,
cada vez lo están logrando: la violencia va en aumento, pero se están volviendo
lobos, no ganado.
Tengo trece años. Los chicos del
salón toman fotografías por debajo de la falda de las niñas. Parece un juego
cualquiera, pese a ello todos callan cuando la maestra pregunta quién lo está
haciendo. Se encubren entre ellos, están dispuestos a lo que sea. Se mandan la
foto por teléfono. Se masturban pensando en ellas. Las volvieron un objeto, una
imagen más sin sentimientos. Ellas sienten pena por eso, ellos sólo tienen
deseo. Algunas ya tienen su periodo, parece una maldición. No sé quién carajos
les dice que es algo ideal para una humillación. Es un ambiente hostil. Un
zoológico cualquiera. Incluso los muchachos luego de acostarse con una
muchachita, para ellos es un logro, para ellas es perder la vida. De puta no
las bajan, les inventan mil historias: a veces ni siquiera les han visto. Pero
ahí andan de mentirosos, y la palabra de ellas no es ley.
Cantan reprimidas. Puños cerrados:
mostrando las piernas. Ya no es un lado es en todos. Se conectan, gritan. En
verdad ¿Por qué insisten en llamarlas minoría? Son la mitad de nosotros, son un
todo incontrolable. Las calles las teñirán de rojo por la ignorancia que los
ciega. Deben quedarse callados, se defienden con idiotas argumentos: ¿A
nosotros también nos matan? ¿Que ellas también son violentas? ¿Que sólo quieren
abortar para abrir las piernas? ¿Que vandalizan tus monumentos? ¿Que deberían
estar trabajando y no haciendo revuelto? ¿Que están exagerando? ¿Que no es para
tanto? ¿Que no es para tanto? ¿Qué no es para tanto!
Tengo catorce años. Somos seis los
que salimos a pasear al centro. Una nieve, ir al cine, tomar café y comer
pastelillos. Son tres muchachas, bonitas que nacieron agraciadas en un mundo de
desgraciados. Somos tres muchachos, bonitos y agraciados. Caminamos sin
preocupación, son las dos de la tarde. Es sábado, mucha gente. Algunos van y
otros vienen. De pronto el calor nos exigió parar por aguanieve. En un puesto
de cocos frescos, cremas dulces saturadas: paramos los seis y compramos medio
litro por cada dos almas. Vislumbro a lo lejos, un cabrón recargado en la
pared. La mano en los pantalones mirando las piernas de María José. Sacaba la
lengua, como perro con sed. Se agitaba como si al detenerse fuese a fenecer. Mi
amiga se intimida, lo nota también. La abrazó y grito —¡Cabrón, qué le ves!— se
marcha riendo —Falda no me vuelvo a poner— ¿La humillación entonces para quién
fue?
Cantan reprimidas. Por todas las que mueren a
diario. Algunas tienen miedo de sólo ir al trabajo. De pronto salen historias
que parecen de terror, pero más horror da saber que en verdad pasó. Unas
advierten que van a ser drogadas. Otras se graban recién golpeadas. El miedo las
invade; tiene ganas de luchar. Por favor hagan un cambio. Esto nada bueno
llevará. Tienen odio, están molestas. El pavor cada vez es menos. Ya es delito
tener gas pimienta. Se quejan, escucha: en sus manifestaciones agreden a
hombres inocentes ¿Qué culpa tienen ellos? Te pregunto: ¿Qué culpa tenían
aquellas que desaparecieron? Les encanta ver a una mujer gimiendo, mas repudian
ver a una que aboga por sus derechos.
Tengo quince años. Hace tres días mi hermana
llegó con una marca en el cuello, es cuatro años más chica que yo. Pregunté qué
ocurrió no me quiso decir. Mi madre al verla, por puta, una madriza le logró
surtir. No entendí lo que pasaba y le volví a preguntar: contó que hay un niño
que a la escuela mete navajas, que durante el recreo a las niñas amenaza. Que
se lleva a una docena y, detrás de los salones, por una puerta las saca. Que
después las prostituye con los puercos de la cuadra. Unos muchachos de
preparatoria que diez pesos al niño le pagan: cincuenta por cogerla y veinte y
cinco por manosearla. Asustado, a mi madre conté todo, fuimos con el director y
de oídos se hizo sordo. Que prefiere mantener el secreto, a pesar de lo que
pasa, por ello a mi hermana, la sacamos de la primaria.
Cantan con lágrimas en el pecho. Otros lloran
al escucharlas. Unas se hartaron de estar en silencio, otras, de cargar con la
culpa de lo que no han hecho. Entonan un himno por las que están calladas, que
incluso los primermundistas abusan de las muchachas. En un Florido estado, de
cuyo nombre y país no me quiero acordar, no hay edad mínima para casar, para
los pedófilos es el lugar ideal. El mundo tan putrefacto se volvió, que en
África se inventó un aparato anti-violador. El aborto, en pleno siglo de la
ciencia máxima, sigue siendo un tabú, se defienden los ignorantes: matastes a
un bebé, sus derechos violastes, por ofrecida y arrogante. Señores, léanse un
libro. Ya bastante duro es decidir no tener un hijo.
Tengo 16 años. Hay alerta en mi preparatoria.
Antier violaron a una muchacha, pero primero la agarraron a golpes hasta que
quedó inconsciente. Ayer dos chicas fueron secuestradas detrás de las
instalaciones, hay patrullas por todos lados: cuánta seguridad uno siente. Hoy
dos oficiales miran las faldas de mis compañeras. Suertudas las muchachas que
no agarran camiones, suerte a las que tienen que lidiar con los acosadores. Lo
curioso aquí es que sólo han asaltado a un hombre. Le quitaron su mochila, su
celular y su cartera. Nada más y nada menos. Ni golpes ni levantones.
Cantan con lágrimas en el pecho y en su garganta
está roto el nudo. Algunas gritan tan fuerte que las escucha todo el mundo. Que
pare la violencia, que ya no las asesinen que todos nos reímos del movimiento
hasta que nuestra hija no vuelve del cine. Cuántas niñas abusadas, cuántas
otras desmembradas. Que de nada sirve destruir los monumentos: ni siquiera
sabes la diferencia entre un testigo y un yacimiento. Pero ahí andan,
alardeando, ignorando el arte, la ciencia y la cultura. Se drogan la vista con
la televisión y la radio, redes sociales: donde los vemos opinando. Ya quisiera
que un dios bajara, que la vaca al otro lado del mundo se molestara. No es
casualidad, hemos hecho de la mujer una bestia, que nos quejamos de su
violencia, mas nadie se queja de nuestra presencia.
Tengo 17 años. Una niña llora en el baño de
la escuela. Es sábado y la escucho incesante. Su primo la viola constantemente.
Le ha desgarrado la vagina y tiene miedo a ir con un doctor. Me pregunta que
debe hacer y me quedo en silencio. El miedo la invade y la incomodidad la lleva
de la mano. Toma aire fuerte y escucha mi consejo. Acordamos que nos veríamos
la siguiente semana. Llega de pronto aquel día. Ha llegado llorando, sus ojos
rotos y su pecho con estaca. Dice que le contó a su tía, que le dijo cada
palabra que le recomendé que diga: que no le han creído, que es una puta, que
es una incitadora, que deje de mentir, que la agarraron a madrazos. Respondió.
Me quedé sin ton y voz.
Cantan, ya sólo cantan. Hacen historia.
Avanzan a paso acaudalado una, diez, cientos, miles, millares. El mundo las
escucha, claman su libertad. Tienen himnos, ya gritan: será feminista o no
será. Se niegan el cambio. Los de abajo se quejan. Tienen miedo. El mundo
respira miedo. Ya hay presas que se levantan en vilo y acechan al guerrero.
Míralas, marchan con todo en el pecho. Vestidas de negro con su cabello largo y
suelto. Pañoleta verde ya no en el cuello, sino en el alma. El mundo se
detiene, pero ellas marchan. Será, tenemos que admitirlo. Mira, hermano, mira
bien lo que aquí se escribe. Esto no es un fuego precario que el viento opresor
callará. Aquí están ellas, lo quemarán todo para volver a empezar.
Cumplí 18 años. Salimos a celebrar. Somos
diez: seis y cuatro, ellas deciden lugar. Bebemos poco, con medida. Las luces
están decentes, las paredes no tienen manchas de nada. Dicen que es un lugar
exclusivo, que no cualquiera puede entrar. Me dieron el regalo mis amigos, al
parecer reservaron la mesa con un mes de anticipación. Música de fresas, dirían
los de la secundaria. Bebo una margarita en lugar de una chela. Todos celebran
contentos. Todos guapos y atentos. De pronto, la noche pasa sin miramientos ni
reloj. Dan las once y bailamos todos. Cierta distancia, aires de camaradería.
Disfrutamos el dote de la juventud. A lo lejos vislumbro un grupo de cuatro
caballeros, nos sacan unos cinco años de diferencia. Ven a mis amigas y se
acercan a bailar. De pronto se les pegan como si les conociéramos. Ellas lo
notan, se incomodan, algunas bajan un poco su vestido y tratan de separarse.
Mis amigos se mofan del acto. A lo lejos leo los labios de otra niña sentada
—mínimo está guapo…—. Volteo a mi alrededor. Casi todos los hombres las están
mirando. No sólo a mis amigas, a todas en general. No vinieron a bailar. Mis
amigas ya no lo soportan y nos vamos a sentar. La barra manda seis tragos,
cortesía de la mesa de allá (nos miran los caballeros, tragos exclusivos para
damas). Ninguna quiere beber nada, dicen que ese trago no está en el menú.
Cantan, ya sólo cantan. Hacen historia.
Avanzan a paso acaudalado una, diez, cientos, miles, millares. El mundo las
escucha, claman su libertad. Tienen himnos, ya gritan: será feminista o no
será. Un cántico rimbombante y realista. Crudo, melifluo al sentimiento. Un va
pensiero contemporáneo que hará cambios en el mundo. Y suena igual, y les
molesta. Porque señala. Porque ellas ya señalan. El violador eres tú. Cantan
por todas. Cantan por todos. Marchan. Bailan. Gritan. Queman. Destrozan. Como
Verdi, buscan un pensamiento que vuele con alas de aliento. Como Bocanegra, con
ecos sonoros que resuenen con las voces de unión y libertad. Y el cambio será.
Está cerca, se vislumbra como las orillas del Jordán a la salida de los
esclavos del Egipto. Cantado por las artes por años y años. El cielo se teñirá
de verde y morado. La libertad y justicia abrazará a cada hermana. La única
historia que se contará. Habrá de estar en los libros de la historia mundial. Y
una niña libre preguntará en cualquier lengua: ¿maestra, y si hubo revolución?

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