Un ¿para qué?... en tiempos de pandemia.
La situación de pandemia
que nos atraviesa es la misma para todos. Es un virus que no conoce de edades,
ni nacionalidades, ni clases sociales. Sin embargo, todos lo transitamos de
diversas maneras… nos preocupan cosas diferentes y así como tenemos opiniones
variadas sobre la realidad y las medidas que se exigen, también tomamos
opciones distintas.
Hace unos días se
suspendieron las reuniones familiares, nuevamente. Mi hija más grande estaba
cumpliendo los seis años y tuvimos que postergar indefinidamente el festejo con
la familia. En su momento nos pareció la opción más obvia pero a los pocos
días esa seguridad comenzó a
desvanecerse, empecé a preguntarme: ¿esto tiene sentido? ¿Sirve que yo haga esto
si hay un mar de gente que no? ¿Qué cambia mi actitud si la realidad de la
pandemia nos va a desbordar igual?
Esa fue mi experiencia,
pero estoy segura que más de uno a lo largo de este tiempo se ha hecho las
mismas preguntas. Y más los jóvenes, que creemos que tenemos menos riesgos, que
la vamos a pasar más fácil y sólo nos entra un poco de miedo si tenemos
familiares de riesgo. Pero esas siguen siendo respuestas rápidas para una
opción que en lo más profundo sigue haciendo resonar la pregunta: ¿qué sentido
tiene?
Y de tanto preguntar y
descartar respuestas como “es la ley”, “es más seguro”, “nos arriesgamos menos”
llega la cuestión a lo más profundo del corazón; ahí donde tomamos las
decisiones más serias, donde se nuclean todas nuestras motivaciones. Y volvemos
a hacerle espacio en nuestras preguntas a esa persona en la que encontramos
todas las respuestas. Ahí está Jesús para conversar un rato y también la
experiencia de todos los cristianos que han fundado sus opciones en él.
Viene a mi cabeza aquel
discurso de Jesús en el que le dice a sus discípulos: “sean perfectos como es
perfecto el Padre que está en el cielo” (Mt 5,48). Mateo cierra con estas
palabras el sermón de la montaña, después de las bienaventuranzas y de aquella
profundización que hace de la ley devolviéndole su sentido más hondo y amplio
(Cf. Mt 5,1-47). La perfección del Padre que nos pone como horizonte y la
felicidad que se promete como bienaventurados es un misterio, en el sentido más
profundo de la palabra, algo que nos desborda y no tiene fin; pero algo a lo
que nos acercamos en esas pequeñas opciones y modos de vivir la realidad que
nos toca; desde el sentido que descubrimos en aquello que pareciera no tenerlo.
Es la lógica del Reino, la lógica del discipulado, la lógica de la santidad:
gustar en las pequeñas cosas el sabor de lo inmenso que se le ofrece como
sentido.
Quedarnos guardados para
que no nos multen o nos miren mal, salir y romper la norma porque no aguantamos
las ganas de estar con los amigos, son opciones pobres al lado de lo que
estamos llamados como cristianos. Si salimos o nos quedamos, sea cual fuere la
forma en que nos toca atravesar esta pandemia lo hagamos a lo grande, lo hagamos camino de santidad; porque
somos gente que tiene motivos para creer que lo grande, lo perfecto se
construye y se vivencia en lo chiquito, tan chiquito que más de una vez nos
hace preguntarnos si realmente tiene sentido.
Es una Buena Nueva para
el cristiano aquella respuesta que entra como bocanada de aire fresco en el
tedio de la duda y nos llena de paz y fortaleza para tomar la mejor decisión;
que la perfección la podremos vivir si afinamos el oído y corazón para que un
gesto aparentemente indiferente se convierta en una opción a conciencia,
generosa y motivada por el amor a la vida propia y sobre todo de los demás.
Agustina Sánchez.

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