...de la
novela de Albert Camus
Éste puede ser un texto propicio para invitarlos a participar en los comentarios... ¿Qué semejanzas y desemejanzas encuentran con nuestra situación de pandemia? ¿Cuál puede ser nuestra puerta de salida ante esta situación?
'La Peste' es una novela del escritor
francés Albert Camus (1913-1960).
Publicada en el 10 de junio de 1947, cuenta
la historia de unos doctores que descubren el sentido de la solidaridad en su
labor humanitaria en la ciudad argelina de Orán, mientras esta es
azotada por una epidemia de peste. Los personajes del libro, en un amplio
abanico que va desde médicos a turistas o fugitivos, contribuyen a mostrar los
efectos que una plaga puede tener en una determinada población.
Se piensa que
la obra está basada en la epidemia de cólera que sufrió la misma ciudad de Orán durante 1849 tras la colonización francesa, a pesar de estar
ambientada en el siglo XX.1La población de Orán había sido
diezmada por varias epidemias repetidas veces antes de publicar Camus la
novela.
"LA PESTE"
“Cuando estalla una guerra, las
gentes se dicen: ‹‹Esto no puede durar, es demasiado estúpido››. Y sin duda una
guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La
estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara
siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el
mundo, pensaban en ellos mismos, dicho de otro modo, eran humanidad: no creían
en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el
hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar.
Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que
pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones. Nuestros conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de
ser modestos, eso es todo, y pensaban que todavía todo era posible para ellos,
lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles. Continuaban haciendo
negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar
en la peste, que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se
creían libres y nadie será libre mientras haya plaga. …era cierto que la palabra ‹‹peste›› había sido pronunciada, era cierto
que en aquel mismo minuto la plaga sacudía y arrojaba por tierra a una o dos
víctimas. Pero ¡y qué! podría detenerse. Lo que había que hacer era reconocer
claramente lo que debía ser reconocido, espantar al fin las sombras inútiles y
tomar las medidas convenientes. Si la epidemia no se detenía por sí misma, era seguro que no sería
vencida por las medidas que la administración había imaginado. Nuestros ciudadanos que hasta entonces habían seguido encubriendo con
bromas su inquietud, parecían en la calle más abatidos y más silenciosos. A partir de ese momento, se puede decir que la peste fue nuestro único
asunto. Hasta entonces, a pesar de la sorpresa y la inquietud que habían
causado aquellos acontecimientos singulares, cada uno de nuestros conciudadanos
había continuado sus ocupaciones, como había podido, en su puesto habitual. Y,
sin duda, esto debía continuar. Se puede decir que esta invasión brutal de la enfermedad tuvo como
primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a obrar como si no tuvieran
sentimientos individuales. (…) En realidad, fueron necesarios muchos días para
que nos diésemos cuenta de que nos encontrábamos en una situación sin
compromisos posibles y que las palabras ‹‹transigir››, ‹‹favor››, ‹‹excepción››
ya no tenían sentido. En la mayoría de los casos, la separación era evidente, no debía
terminar más que con la epidemia. Y para todos nosotros, el sentimiento que
llenaba nuestra vida y que tan bien creíamos conocer iba tomando una fisonomía
nueva. Maridos y amantes que tenían una confianza plena en sus compañeros se
encontraban celosos. Hombres que se creían frívolos en amor, se volvían
constantes. Hijos que habían vivido junto a su madre sin mirarla apenas, ponían
toda su inquietud y su nostalgia en algún trazo de su rostro que avivaba su
recuerdo. Esta separación brutal, sin límites, sin futuro previsible, nos
dejaba desconcertados, incapaces de reaccionar contra el recuerdo de esta
presencia todavía tan próxima y ya tan lejana que ocupaba ahora nuestros días.
De hecho sufríamos doblemente, primero por nuestro sufrimiento y además por el
que imaginábamos en los ausentes, hijo, esposa o amante. Entonces aceptábamos nuestra condición de prisioneros, quedábamos
reducidos a nuestro pasado, y si algunos tenían la tentación de vivir en el
futuro, tenían que renunciar muy pronto, al menos, en la medida de lo posible,
sufriendo finalmente las heridas que la imaginación inflige a los que se
confían a ella. El sufrimiento profundo que experimentaban era el de todos los
prisioneros y el de todos los exiliados, el sufrimiento de vivir en un recuerdo
inútil. Ese pasado mismo en el que pensaban continuamente sólo tenía el sabor
de la nostalgia. Hubieran querido poder añadirle todo lo que sentían no haber
hecho cuando podían hacerlo, con aquel o aquellas que esperaban, e igualmente
mezclaban a todas las circunstancias relativamente dichosas de sus vidas de
prisioneros la imagen del ausente, no pudiendo satisfacerse con lo que en la
realidad vivían. Impacientados por el presente, enemigos del pasado y privados
del porvenir, éramos semejantes a aquellos que la justicia o el odio de los
hombres tienen entre rejas. En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su
vecino; cada uno seguía solo en su preocupación. Si alguien por casualidad
intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que
recibía le hería casi siempre. El anuncio de que durante la tercera semana la peste había hecho
trescientos dos muertos, no llegaba a hablar a la imaginación. Por otra parte,
todos, acaso, no habían muerto de la peste, y por otra, nadie sabía en la
ciudad cuánta era la gente que moría por semana”.
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