09 septiembre 2020

Sección Joven


¿Qué queda cuando baja el agua?


Ha salido en las noticias cómo en estos días se aprovechó que el Lago San Roque, que abarca las ciudades de Bialet Massé, Villa Carlos Paz y la comuna San Roque de nuestra provincia de Córdoba, tiene un nivel muy bajo para realizar una limpieza del mismo.



Se encontraron innumerables deshechos de todo tipo que terminan ahí no sólo por las ciudades que lo rodean sino también por lo que el agua de los cauces viene arrastrando desde otras ciudades. Toda esa basura suele permanecer tapada por el agua que brinda un paisaje de lo más bonito cuando uno costea el lago o cuando se ve a la gente disfrutando de los deportes acuáticos. 
Pero sabemos que en verdad, lo que ese escenario nos brinda no es más que un reflejo de nosotros mismos; no solo porque somos quienes producimos esos deshechos sino porque somos parte de ese ecosistema dañado porque, como dice Francisco, la ecología es integral. Eso que encontramos ahí es un retrato de nuestra relación con el ambiente que habitamos, con la sociedad que construimos y con la intimidad que alimentamos.
El agua no solo baja cuando hay sequía, ha bajado también con esta pandemia, baja cuando transitamos una crisis; baja el agua cada vez que quedamos expuestos y que alguna realidad que estaba oculta y silenciada se evidencia con toda su fuerza. Hace unos días Víctor Manuel Fernández expresaba que la pandemia ha dejado al descubierto la realidad de muchos que sufren ser los descartados de la sociedad, que se ha mantenido oculta y poco a poco  se vuelve a invisibilizar. Lo que vemos en el lago y lo que este obispo señala nos invita a una mirada más profunda aún porque nuestro modo de relacionarnos con el ambiente y el sueño de sociedad que construimos brotan de lo que encontramos en el propio corazón cuando baja el agua… en tiempos de sequía, de silencio, de vacío… mirarnos personalmente y hacernos esa pregunta: ¿qué queda?
Los cristianos tenemos un regalo: nunca nos miramos solos… siempre podemos hacerlo mediante la mirada amorosa de Jesús que conoce todas nuestras miserias pero también todo el bien que nuestro corazón es capaz de realizar. Esa es la mirada que nos permite no caer en otra trampa… la de la desesperanza. Podemos quedarnos en lo impactante y devastador que suelen ser esos panoramas, tan intensos como fugaces; y solemos reaccionar con la desazón de que no podemos hacer nada, que esto ya está perdido y que siempre va a ser así o escapar cambiando de noticia y ocupando cabeza y corazón en algo menos deprimente. 
Ninguna de esas opciones puede venir del Espíritu que revive los huesos secos, que hace salir cuando el miedo encierra, que sostiene el caminar del pueblo, que se manifiesta en la conciencia llenando de sabiduría y fortaleza. El realismo cristiano va siempre de la mano con la esperanza; por eso es esencial preguntarnos por la esperanza cristiana y el papel que juega cada uno de nosotros en ella antes de que vuelvan las lluvias y el agua pinte otra vez un paisaje hermoso que nos permita olvidar lo que hemos visto. 
Con el barro del lago expuesto, con nuestro barro social y personal nos preguntemos ¿qué traen los causes que me alimentan? ¿Qué dejo que corra por ellos? ¿Cuál es mi lugar en la conversión ecológica? Es el tiempo especial para hacerlo. 

Agustina Sánchez

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sumario

    Editorial                     Séptima entrega   Herramienta para superar conflictos con los vecinos                    Mónica Corn...