Por el Pbro. Francisco Bisio.
Toda
vocación supone un llamado personal que Dios hace y como todo regalo de Dios es
don de su parte y tarea nuestra a descubrir, discernir y aceptar en el seno de
la comunidad creyente; ésta es la tarea de quien es llamado.
Así
toda vocación nace, crece, se discierne y madura en la comunidad.
Desde
hace muchos años se me ha encomendado la tarea pastoral de acompañar a los
posibles candidatos al Ministerio Diaconal Permanente en la Arquidiócesis de
Córdoba.
En este
espacio quiero compartir mi testimonio con corazón agradecido a Dios Padre y al
Padre Obispo que me han confiado este ministerio.
Los
pasos dados los he compartido siempre con un equipo de conducción para pensar
los espacios formativos y para discernir la existencia de genuina vocación y
recta intención del aspirante al ministerio diaconal.
El
equipo los conformamos tres sacerdotes y un matrimonio donde el esposo es
Diácono permanente.
En mi
tarea puedo dar, entonces, testimonio de muchas historias compartidas a lo
largo de años de acompañamiento; historias plenas del paso de Dios por la vida
de las personas, de sus familias y comunidades. He podido casi palpar la
presencia de Dios que busca, que llama y que se ingenia siempre para
sorprendernos con su presencia amorosa de Padre que sale al encuentro del
hombre.
La
tarea es fascinante, me entusiasma y me llena el corazón y en el diálogo con
cada nuevo candidato que se acerca para comenzar su discernimiento no dejo de
sentir “temor y temblor” porque como dijo Dios a Moisés en el episodio de la
zarza: “la tierra que pisas es una tierra santa” (Ex. 3,5) y supone
entonces quitarse respetuosamente las sandalias para no dejar marcas propias
que podrían llegara a dificultar antes que poder ayudar a discernir.
La
tarea implica mucho respeto y dedicación; una escucha atenta para poder ayudar
en una decisión que primeramente es personalísima, pero que se carga de
responsabilidad ya que este pastoreo se realiza en nombre de la Iglesia.
Me han
compartido muchas historias de vida, con diversas situaciones en donde la ayuda
consiste en descubrir el paso de Dios escuchando su voz que hay que aprender a
distinguirla entre lo inaudible de las situaciones vitales.
Al
compartir algo de esta experiencia pastoral de discernimiento, la tarea se
aquilata cuando quien comparte, quien abre y descubre su corazón, es una
persona adulta.
¡Cuánto
misterio encierra la grandeza de la persona que sinceramente busca la voluntad
de Dios en fidelidad y va aprendiendo a responder desde su libertad
responsable!
Me
admira y me sorprende en cada persona que acompaño a discernir el estilo del
llamado que tiene la pedagogía de Dios: ir descubriendo, cómo, en la trama de
historias simples, comunes, familiares Dios se ingenia ara ir sembrando la
semilla del llamado.
En todo
este hacer me encuentro también con los miedos y las dudas lógicas que el
llamado genera: ¿será ésta la voz de Dios o será algo que estoy inventando en
mi deseo de ser un discípulo más comprometido? ¿Podré estar a la altura de las
exigencias que el Señor me pide y así poder responderle? ¿Me entenderá mi
esposa y mis hijos que lo que estoy sintiendo y viviendo en lo hondo de mi
corazón proviene de Dios y no es un capricho personal?
Como
estas son variadísimas las preguntas que quien discierne va compartiendo en sus
primeros pasos y junto a esto una fuerte consciencia de indignidad; de estar
queriendo probarse un traje que se cree muy grande para la talla personal.
Aquí
comenzamos a asomarnos a dos ámbitos de discernimiento que la misma Iglesia,
como Madre y Maestra nos enseña: el Diaconado Permanente es una gracia
vocacional, especial y específica para la Iglesia y el mundo; el Diaconado es
un ministerio específico y necesario en la misión evangelizadora de la Iglesia
que debe estar siempre inserta en el pueblo de Dios al que sirve con
ministerios específicos.
El
ícono de este ministerio es la imagen de Cristo Servidor de la humanidad,
puesto de rodillas frente a los apóstoles En el contexto de la última cena,
lavando los pies a los discípulos (Jn. 13, 1-17).
La
diaconía se hace realidad en el ministerio del servicio evangelizador de la
Palabra, en el servicio santificador de la Liturgia y en el servicio de la
Caridad en la ayuda fraterna.
Otro
aspecto en donde muchas veces tenemos que detenernos con quienes comienzan su
camino de discernimiento será el de descubrir que este ministerio no es ningún
premio ni reconocimiento a las tareas antes realizadas sino una gracia
específica de y para la comunidad que es parte del sacramento del Orden
Sagrado.
No se
puede describir el ministerio del diácono a partir de un criterio meramente
funcional: algo así como preguntarse qué puede y qué no puede hacer un diácono
en relación con el ministerio presbiteral. El servicio diaconal concreta la
identidad específica y configura su propio estilo de vida y su camino de
Santidad.
El
diaconado es algo propio que no se aborda por lo que pueda hacer o celebrar;
pretender acercarse solamente desde este punto de vista es empobrecer el
ministerio y diluir la Gracia específica que tiene en una Iglesia toda ella
ministerial.
Incentivar
las vocaciones al diaconado no es una estrategia metodológica ante la carencia
de sacerdotes y tampoco es un premio que corona servicios laicales prestados
anteriormente.
El
diaconado permanente nace del sacramento del Orden y aún sin ser derogado
pasaron muchos siglos que la Iglesia de rito latino solo conservó el diaconado
transeúnte como el paso previo al sacerdocio.
Fue el
Concilio Vaticano II quien lo restituyó de manera permanente como vocación
propia y específica, como gracia singular para la Iglesia que refleja la imagen
de Cristo Servidor, el auténtico diácono de toda la humanidad.
Finalmente,
una vivencia más: la de haber invitado siempre a las esposas de los candidatos
y estar integradas en la formación. Esta práctica ha sido para toda una riqueza
muy profunda. Junto a sus esposas se va modelando en el corazón de cada
candidato su identidad diaconal para responderle a Dios que llama y servir a una
comunidad que los recibe como sus animadores cualificados.
Mi
testimonio termina aquí dando gloria a Dios y alabándolo porque sigue llamando
y suscitando vocaciones en medio de si Pueblo.

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