15 octubre 2020

Acompañar la formación al Diaconado Permanente.

 



Por el Pbro. Francisco  Bisio.

Toda vocación supone un llamado personal que Dios hace y como todo regalo de Dios es don de su parte y tarea nuestra a descubrir, discernir y aceptar en el seno de la comunidad creyente; ésta es la tarea de quien es llamado.

Así toda vocación nace, crece, se discierne y madura en la comunidad.

Desde hace muchos años se me ha encomendado la tarea pastoral de acompañar a los posibles candidatos al Ministerio Diaconal Permanente en la Arquidiócesis de Córdoba.

En este espacio quiero compartir mi testimonio con corazón agradecido a Dios Padre y al Padre Obispo que me han confiado este ministerio.

Los pasos dados los he compartido siempre con un equipo de conducción para pensar los espacios formativos y para discernir la existencia de genuina vocación y recta intención del aspirante al ministerio diaconal.

El equipo los conformamos tres sacerdotes y un matrimonio donde el esposo es Diácono permanente.

En mi tarea puedo dar, entonces, testimonio de muchas historias compartidas a lo largo de años de acompañamiento; historias plenas del paso de Dios por la vida de las personas, de sus familias y comunidades. He podido casi palpar la presencia de Dios que busca, que llama y que se ingenia siempre para sorprendernos con su presencia amorosa de Padre que sale al encuentro del hombre.

La tarea es fascinante, me entusiasma y me llena el corazón y en el diálogo con cada nuevo candidato que se acerca para comenzar su discernimiento no dejo de sentir “temor y temblor” porque como dijo Dios a Moisés en el episodio de la zarza: “la tierra que pisas es una tierra santa” (Ex. 3,5) y supone entonces quitarse respetuosamente las sandalias para no dejar marcas propias que podrían llegara a dificultar antes que poder ayudar a discernir.

La tarea implica mucho respeto y dedicación; una escucha atenta para poder ayudar en una decisión que primeramente es personalísima, pero que se carga de responsabilidad ya que este pastoreo se realiza en nombre de la Iglesia.

Me han compartido muchas historias de vida, con diversas situaciones en donde la ayuda consiste en descubrir el paso de Dios escuchando su voz que hay que aprender a distinguirla entre lo inaudible de las situaciones vitales.

Al compartir algo de esta experiencia pastoral de discernimiento, la tarea se aquilata cuando quien comparte, quien abre y descubre su corazón, es una persona adulta.

¡Cuánto misterio encierra la grandeza de la persona que sinceramente busca la voluntad de Dios en fidelidad y va aprendiendo a responder desde su libertad responsable!

Me admira y me sorprende en cada persona que acompaño a discernir el estilo del llamado que tiene la pedagogía de Dios: ir descubriendo, cómo, en la trama de historias simples, comunes, familiares Dios se ingenia ara ir sembrando la semilla del llamado.

En todo este hacer me encuentro también con los miedos y las dudas lógicas que el llamado genera: ¿será ésta la voz de Dios o será algo que estoy inventando en mi deseo de ser un discípulo más comprometido? ¿Podré estar a la altura de las exigencias que el Señor me pide y así poder responderle? ¿Me entenderá mi esposa y mis hijos que lo que estoy sintiendo y viviendo en lo hondo de mi corazón proviene de Dios y no es un capricho personal?

Como estas son variadísimas las preguntas que quien discierne va compartiendo en sus primeros pasos y junto a esto una fuerte consciencia de indignidad; de estar queriendo probarse un traje que se cree muy grande para la talla personal.

Aquí comenzamos a asomarnos a dos ámbitos de discernimiento que la misma Iglesia, como Madre y Maestra nos enseña: el Diaconado Permanente es una gracia vocacional, especial y específica para la Iglesia y el mundo; el Diaconado es un ministerio específico y necesario en la misión evangelizadora de la Iglesia que debe estar siempre inserta en el pueblo de Dios al que sirve con ministerios específicos.

El ícono de este ministerio es la imagen de Cristo Servidor de la humanidad, puesto de rodillas frente a los apóstoles En el contexto de la última cena, lavando los pies a los discípulos (Jn. 13, 1-17).

La diaconía se hace realidad en el ministerio del servicio evangelizador de la Palabra, en el servicio santificador de la Liturgia y en el servicio de la Caridad en la ayuda fraterna.

Otro aspecto en donde muchas veces tenemos que detenernos con quienes comienzan su camino de discernimiento será el de descubrir que este ministerio no es ningún premio ni reconocimiento a las tareas antes realizadas sino una gracia específica de y para la comunidad que es parte del sacramento del Orden Sagrado.

No se puede describir el ministerio del diácono a partir de un criterio meramente funcional: algo así como preguntarse qué puede y qué no puede hacer un diácono en relación con el ministerio presbiteral. El servicio diaconal concreta la identidad específica y configura su propio estilo de vida y su camino de Santidad.

El diaconado es algo propio que no se aborda por lo que pueda hacer o celebrar; pretender acercarse solamente desde este punto de vista es empobrecer el ministerio y diluir la Gracia específica que tiene en una Iglesia toda ella ministerial.

Incentivar las vocaciones al diaconado no es una estrategia metodológica ante la carencia de sacerdotes y tampoco es un premio que corona servicios laicales prestados anteriormente.

El diaconado permanente nace del sacramento del Orden y aún sin ser derogado pasaron muchos siglos que la Iglesia de rito latino solo conservó el diaconado transeúnte como el paso previo al sacerdocio.

Fue el Concilio Vaticano II quien lo restituyó de manera permanente como vocación propia y específica, como gracia singular para la Iglesia que refleja la imagen de Cristo Servidor, el auténtico diácono de toda la humanidad.

Finalmente, una vivencia más: la de haber invitado siempre a las esposas de los candidatos y estar integradas en la formación. Esta práctica ha sido para toda una riqueza muy profunda. Junto a sus esposas se va modelando en el corazón de cada candidato su identidad diaconal para responderle a Dios que llama y servir a una comunidad que los recibe como sus animadores cualificados.

Mi testimonio termina aquí dando gloria a Dios y alabándolo porque sigue llamando y suscitando vocaciones en medio de si Pueblo.

 

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